Adapted by TC Rindfleisch from the Colección Obras Maestras edition of Doña Bárbara (2007).
Doña Bárbara. Merodea por el centenario. La encontramos en el capítulo III de la primera parte como una chiquilla de unos quince años y al fin del cuento, en el capítulo XV de la tercera parte, ronda la cuarentena. Es una guaricha preciosa que está a punto de ser vendida a un sultán turco – después se aclara que es sirio – establecido en su cacicato orinoqueño. Asdrúbal la defiende hasta su muerte y allí se acabó Barbarita. Nace en aquel mismo momento la devoradora de hombres can toda su avaricia, sus brujerías elevadas al cubo y se convierte, en su finca El Miedo, en la mujer más complicada, más corruptiva y endemoniada de todo el cauce del Arauca. Hemos de aclarar que no se hizo a sí misma esa clase de mujer. La moldearon los hombres de baja estofa con los que tuvo que librar en su niñez. Era bella, trabajadora, buena cocinera, para los seis marineros/piratas y su taita que:
La brutalizaban con idénticas caricias: rudas manotadas, y besos que sabían a aguardiente y a chimó.
Entonces subió a la piragua pirata un muchacho, Asdrúbal, como viajero/cocinero, que se identificó con ella y pronto la luz del amor se infiltró en sus corazones. Pero llegó la muerte de la tripulación y en especial la de Asdrúbal que quería sacarla de aquella miseria. ¿Resultado? La doña Bárbara que encontramos años después, departiendo maldad y un odio terrible hacia los hombres, no la conduce a otro sitio que a la podredumbre humana y a su amor a la brujería. Tiene una hija de los malos amores con Lorenzo Barquero, que aún la hacen mucho más mala, pero se convierte en el último capítulo en consumidora de su propia vida.
Santos Luzardo.Vivió la muerte de su hermano mayor y su tío en las manos de un padre implacable en sus costumbres y criterios. El progenitor sucumbió a los pocos días ante su necedad de partir de este mundo por remordimiento profundo, en una agonía a la que él mismo se había condenado. Doña Asunción, la madre de Santos, que con catorce años se lo llevó de aquellas tierras malditas a Caracas donde la universidad lo hizo hombre de bien y sin mal. Quiso Santos venderse Altamira y viajó allí de nuevo, después de unos diez años, luego volvió a la casa donde habían muerte su padre y su hermano. Los recuerdos y la nostalgia hicieron que desistiera de vender y se convirtiera en un llanero. Siempre fue la antítesis de doña Bárbara. Por sus procesos intelectuales quiso terminar con la maldad que presidía en los llanos, aportada por la malvada mujerona. Eran el Bien y la Razón en lucha constante con la Maldad y la Corrupción. Por fin su triunfo fue la consecuencia de destrozar la muerte y sembrar la paz en todos los llanos de Altamira.
Marisela. No es necesario utilizar palabras altisonantes, para determinar el espíritu salvaje en que vivió los primeros años de su existencia, hasta que llegó la mano de la razón de Santos Luzardo. Toda ella deshilvanó su instinto bueno de la vida y lo acopló a la civilización que le mostraba aquella Altamira que no había conocido. Detestó la barbarie de su madre – doña Bárbara – e intentó componer la comprensión y el amor en todos los seres que se pusieron a su lado.
Lorenzo Barquero. Los símbolos más virulentos lo alcanzan de lleno por haber realizado su aquiescencia al amor. La primera vez que se encuentra ante doña Bárbara se siente atraída hacia esa mujer. No le ve ningún defecto, de los muchos que atesora, y se enamora de ella hasta entregarle todo lo que pertenece a la familia y tiene una hija – Marisela – con ella. Cuando medio comprende que ha sido un títere en sus manos, huye y se encierra en su finca, el palmar de la Chusmita, le acompaña su hija y allí se da al alcohol que destroza su vida. Toda su cultura y carrera universitaria adquirida en Caracas quedan desbaratadas. Se convierte en una piltrafa de hombre. Es el símbolo de la derrota y la victoria del aguardiente. Se convierte en un hombre vestido siempre por la borrachera.
Melquíades. No demasiado trabajo en la obra. Aparece pocas veces pero siempre como adicto a las formas de doña Bárbara. Es hijo de la brujería y puede personificarla en todas sus maneras, incluso aunque no la tenga siempre, es la mala mujer que quiere que sean interpretados todos los actos de sus trasgos y sibilas. Es adicto a todas las maldades y se convierte por esa misma razón en el brazo derecho de la maldad en todo lo que concierne a doña Bárbara. Es su ejecutor, razón por la cual se le apoda como El Brujeador.
Asdrúbal. Es la personificación del amor. De él nace el amor como lo entiende en su adolescencia Barbarita. En una interpretación, entre varias, del final muy ambiguo del cuento muere doña Bárbara en sus brazos etéreos de ensueño y con él recorrerá los ríos venezolanos, muertos los dos como almas en pena bajo el desconcierto de no saber si será cuestión de bien o de mal.
Antonio Sandoval. Es el complemento del bien en el llanero. Ninguna mala idea y ni una sola mala interpretación de la verdad y la sinceridad. Lo enseñaron a creer en su amo y con él iría hasta la propia muerte. Es adicto, es consecuente y cree en la bondad y las buenas maneras por encima de todas las cosas. Es un producto de la sabiduría llanera y odia la mentira, siempre quiere que prevalezca la verdad.
Pajarote. Si alguien en la novela de Doña Bárbara representa al llanero puro, este no es nadie más que Pajarote. Todo lo hace para fines beneficiosos, siempre para los hombres que viven en los llanos. No entiende la vida de otra manera. Es bruto, pero noble. Es inculto, pero sabio por propia naturaleza. Es en fin, un ejemplo claro de cómo entiende que ha de ser Rómulo Gallegos, el llanero.
Balbino Paiba. Es todo lo contrario que el personaje anterior. Es el clásico hombre que se cree listo pero es más torpe que un arado. Es adulador y miedoso. Malpensado y a veces grotesco. Es el bribón más redomado de la novela. También es un asesino sin avergonzarse de ello. Para medir su carácter, diremos que es el tipo malvado que nadie quisiera tener de amigo.
Ño Pernalete. Es la más exacta ejecución de político dictador y corrupto que pueda hacerse o crearse. En él se adivina siempre al hombre que el poder le da siempre la razón, la tenga o no, y si hay dudas adapta las que puedan ir mejor a su criterio y a su manera de ser. Es repulsivo por sí mismo y por el cargo que ejerce.
Mujiquita. Secretario del anterior al que para subsistir no hay ni amistades ni verdades. Es el embrujo que propaga la adulación para bien servirse. Es lastimoso, el clásico funcionario para el que el jefe siempre tiene la razón, aunque en toda la extensión de su conciencia no la tenga. Pero él siempre se la concede. No hay amigos. Solo hay la verdad de la mentira de su superior.
Juan Primito. Nos encontramos ante un elemento que en algunos lugares se le ha venido en decir «el tonto del pueblo». Es bobo. Es un producto de la naturaleza pero no tanto como que no sepa discernir el bien del mal. Es el correveidile de doña Bárbara aunque a veces en vez de cumplir el encargo lo deshace si la persona a quien va destinado él se la aprecia. No quiere destruir, como hace su dueña, pero sí ayudar a las desavenencias externas con tal de hacer un favor al mal. Es discreto y concienzudo. Reconduce su inteligencia para culminar sus trabajos, si estos le pueden llevar a saber el futuro que pueda beneficiar a su manera de ser. Pero no hemos de descartar que sea un bobalicón profundo.